La señora María guarda en el recuerdo días tristes de su vida. Quizá los primeros son los recuerdos de la Guerra Civil y tiempos duros del franquismo, el más doloroso fue la muerte de su hijo Valentín. El otro, el de su esposo, cuando enviudó. Otro momento difícil, fue dejar la escuela, porque la señora María, si tuviera que volver a nacer no perdería la oportunidad de estudiar, algo que aconseja a las nuevas generaciones es que no pierdan la oportunidad de aprender. Sí ha seguido ejercitando su memoria, leyendo libros en el tiempo que la quedaba libre de sus quehaceres, que fueron muchos.
Aquí les dejo unas palabras maravillosas, escritas por quien mejor le puede conocer, una de sus hijas, Carmen Cabrera.
¿Cómo es María Benito González?
Mujer de grandes valores y muy solidaria, procurando ayudar siempre a las personas mas vulnerables y necesitadas. (Recuerdo, junto con mis hermanos, llevar cestas de comida y de ropa a los domicilios que se necesitaba)Muy religiosa. Ahora que ya no puede acudir a la iglesia oye misa diaria en la televisión (hasta que pudo iba a diario a la iglesia) Fue presidenta de la Cofradía del Carmen.
A los 101 años conserva perfectamente todas sus facultades, aunque se queja de que no puede andar. Se acompaña de un andador para ir al servicio ya a la cama, aunque cada vez se fatiga más.
Tiene una memoria prodigiosa, recordando casi fotográficamente cosas del pasado, así como los cumpleaños de familiares y allegados.
Aunque va perdiendo vista y casi ya no puede hacerlo, hasta hace muy poquito tiempo le encantaba leer, hacer sopas de letras, y coser (de cualquier retal o trocito de tela se preparaba una prenda). Le encantaba “reciclar” ropa y enseres.
Actualmente pasa el día entretenida con sus rezos y pequeñas lecturas religiosas aunque reconoce que cada vez le cuesta más seguir la lectura.
La alimentación ha sido para ella siempre fundamental. Se ha cuidado mucho en este aspecto, evitando la sal y las grasas siempre que podía, aunque dándose el capricho de comer alguna vez un trocito de farinato (que le encanta) o un rico pastel o trozo de tarta.
Se puede decir que ha sido una mujer valiente, que no se le ponía nada por delante, solidaria y preocupada por transmitir a sus hijos grandes valores.
Algunos datos y vivencias de María Benito, recopilados por su hija Carmen:
Nació el 23 de enero de 1922. Fue la segunda de cinco hermanos (Teodoto, María, Jesús, José Antonio y Emiliano) de los cuales en la actualidad solo viven tres.
Empieza la escuela con seis años. En aquella época solo había dos unidades escolares una de chicas y otra de chicos situadas ambas en el actual centro de salud. Recuerda a la perfección a su primera maestra con la que estuvo hasta los ocho años, coincidiendo con la marcha de la docente y su primera comunión.
Solo había una maestra para las chicas y un maestro para los chicos, a los que les ayudaban los alumnos aventajados.
Al acabar la escuela salían a la calle a jugar, siendo la comba y el limbo los juegos que más recuerda mi madre.
Aunque las maestras la consideraban una alumna inteligente y con capacidad para cursar cualquier carrera, entonces no era normal que las chicas salieran del pueblo para ir a la universidad por lo que se quedó en el pueblo.
Después de doña Luisa tuvo varias maestras.
Fue a la escuela hasta los 14 años.
Al terminar la escuela ayudó a su tío, Félix González (hermano de su madre) en el comercio que tenía en la calle Horcajo, durante cinco años.
Recuerda los años de la guerra con mucha tristeza por el sinsentido que significó y las penurias que la precedieron.
De su adolescencia y juventud conserva grandes recuerdos. A diario no se salía, aparte de sus tareas en el comercio, ayudaba en las tareas de casa y se realizaban labores (bordados, punto, confección, etc.)
Los domingos eran siempre bien recibidos. Aparte de ponerse la ropa destinada a esos días (que normalmente se había estrenado en las fiestas señaladas) se divertían haciendo o viendo funciones, que eran obras de teatro realizadas por los propios jóvenes, con interminables paseos, encuentros con las amigas y los disfrutados bailes con las bandas locales.
Se casó el 14 de septiembre de 1946 con Valentín Cabrera Nieto, también vecino de la localidad. Citar que su vestido de boda fue blanco y largo, cosa no muy corriente en aquel tiempo en el que la mayoría de las novias iban de corto y de negro.
A partir de su boda, toda su vida estuvo dedicada principalmente al cuidado de sus hijos, de la casa y en los diferentes negocios que se tenían para subsistir.
Tuvo 5 hijos (Isabel, Mª Jesús, José, Valentín y Mª Carmen) de los que viven 4 en la actualidad. El peor momento de su vida y que nunca ha superado fue la pérdida de su hijo.
Al poco de casarse abrieron un bar, de los primeros como tal en el pueblo, porque hasta entonces solo había tabernas, incluso me atrevería a decir que el primero.
En los primeros años era todo diferente. Se trabajaba mucho porque no había tantas comodidades. El bar se abría muy temprano para atender a las personas que iban al campo y para servir el aguardiente a los más madrugadores.
Horas más tarde lo normal era tomar vino (solo o con gaseosa): “las charras”, “los chatos” o incluso “los campanos”, dependiendo del vaso en que eran servidos.
Los cafés sólo se servían los domingos, días de fiesta y días especiales, igual que las copas, a la hora en que los hombres jugaban la partida de cartas en el bar. Las bebidas alcohólicas más servidas (y casi las únicas) eran coñac, anís, sol y sombra, cazalla y vino dulce. Lo normal era en estos días: café copa y puro (normalmente “una Faria”)
Cuando había bodas también se trabajaba mucho, ya que habitualmente todos los invitados acudían al bar a tomar café (y los hombres la copa) después de la comida.
Debido a las necesidades de los vecinos, era frecuente “apuntar” las deudas en una libreta que eran abonadas puntualmente cuando “se cobraba la soldada”.
Recuerda también las meriendas organizadas en el bar por grupos de amigos para los que ella guisaba y consumían la bebida del bar. Y en las que nunca faltaba su exquisito flan que tanto la reclamaban, y que guardaba el secreto de “la fórmula” para que tanto gustase a los hombres que acudían a merendar. (A los hijos si llegó a contárnoslo)
Recuerda también compaginar el bar con otros negocios adicionales, cría de vacas y venta de leche, cría de cerdos (grandes verracos que llamaban la atención), gallinas…
Cuidó de sus padres en casa hasta que fallecieron y también a una tía lejana de su madre, la tía Petra (o “la Petrilla” como cariñosamente la llamábamos) que se quedó sola al morirse el único hijo que tenía, a la que quisimos todos, tanto o más que a los propios abuelos.
Los domingos por la tarde nuestra casa era lo más parecido a los actuales “centros de día” porque en la cocina de la casa (con una gran ventana a la calle) se reunían los dos abuelos maternos, la tía Petra, la abuela paterna, y las tres hermanas de la abuela materna que también acudían. Charlaban durante la tarde y terminaban con un chocolate con barra de pan del día que les hacía María muy gustosamente.
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