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La Marcha Teresiana vuelve a emocionar entre Medina y Alba

La Marcha Teresiana entró ayer en la provincia de Salamanca por Cantalapiedra. Y lo hizo emocionando a las gentes de los pueblos por los que pasa y a las personas de otros muchos lugares que se acercan a vivir esta experiencia.
Esta iniciativa esta cargada de argumentos, de riquezas, de vivencias, sentimientos y emociones. Cada segundo es pleno para las decenas de peregrinos que cada año hacen el recorrido entero y también para quienes les acompañan en diferentes momentos.
Una de las paradas más especiales del camino es la del pinar de Palaciosrubios, donde los vecinos de este pueblo acuden a recibir a la Santa y hasta donde la acompañan los de Cantalapiedra. Pero también en esta arboleda es donde tienen su espacio para saludar a la Santa y a los peregrinos, las mujeres, hombres, niñas y niños de Villaflores, Poveda de las Cintas, Horcajo y otros lugares. 
En este mágico lugar se produjeron nuevamente varios momentos de intensa emoción. Esperaban situadas ordenadamente formando parte del circulo imaginario habitual las personas de varios pueblos previamente mencionados. En primer lugar el nuevo alcalde de Palaciosrubios, Félix, pronunció unas palabras de agradecimiento a la organización de la Marcha y entregó el bastón de mando a Santa Teresa. Después tuvo su turno de intervención el padre Miguel Angél, prior de los carmelitas de Alba de Tormes, que realizó por segunda vez esta peregrinación, pero más de veinte años después. En este caso lo hizo con el hábito de la orden. Mantuvo este indumento quizá más incomodo para esta peregrinación para con él pedir por una persona enferma. Este sacerdote es hijo de Villaflores, donde pasó su infancia y donde viven sus padres y muchos otros familiares, por ello dedicó unas palabras para hablar de su pueblo y de su vocación. Los asistentes escucharon con atención.
No se puede hablar de la Marcha Teresiana sin mencionar a Manolo, que es, junto con Jorge, ambos, los sacerdotes fijos. Manolo pone el acento a esta iniciativa. Toca la guitarra, canta, en cada iglesia anima las celebraciones y enseña pacientemente las coreografías a los asistentes. Pero también es el que escoge todas estas melodías y letras. Manolo es un padre reparador, es el hijo de Eladio Briñón. Este último siendo alcalde de Alba, el primero de la Democracia, tuvo la idea, el sueño dicen, de la Marcha Teresiana, además junto a Florentino Gutiérrez, deán de la Catedral, promovieron la visita de Juan Pablo II en 1982 a Alba de Tormes. Casualidad de la vida o deseo de la Santa, que Eladio falleciera hace cinco años el 18 de septiembre, segundo día de esta peregrinación, que se repite cada año en las mismas fechas y por los mismos lugares que transitó la Santa en su último viaje en vida. Por ello fue recordado en la misa realizada en la grandiosa iglesia de Palaciosrubios, oficiada por su hijo Manolo y concelebrada por Jorge y Miguel Ángel.
Todas estas curiosidades, casualidades, peculiaridades, las vivencias de los peregrinos, las peticiones, las soluciones de problemas por mediación de la Santa, los milagros y otra serie de cuestiones hacen que este camino sea muy especial para quienes tienen la suerte de completarlo y para quienes lo acompañan. Es un sendero cargado de intensidad que se enriquece de los alicientes aportados por grandes personas y buenas intenciones. Es posible gracias al arduo trabajo de personas como Julian Herraez, organizador de la parte logística, y tantos otros colaboradores que aportan lo mejor de si mismos para que cada año sea posible esta iniciativa que atraviesa lugares de la ancha y fría Castilla. Estos pueblos (Medina del Campo, El Campillo, Carpio, Fresno el Viejo, Cantalapiedra, Palacios Rubios, Zorita de la Frontera, Aldeaseca de la Frontera, La Nava de Sotrobal, Coca de Alba, Peñarandilla, Garcihernández y Alba de Tormes) entre otros se benefician, se ven enriquecidos, por esta iniciativa que es una verdadera joya, un evento especial que hace que su paso se convierta en una fiesta para cada uno de estos lugares. Es una especie de brisa de esperanza en el momento en que los pueblos han empezado a iniciar el letargo otoñal tras el alegre verano, quedando tristes y casi vacíos.