Coches chocones, colchonetas, atracciones y demás han comenzado a
desmontarse para volver a la normalidad.
Los de Cantalapiedra hemos disfrutado de unos días de fiesta. Unas
celebraciones cuyo epicentro es la ermita de Nuestra Señora de la Misericordia.
Y ¡Viva la Virgen! seguro que es el grito más sonado durante estos días,
sobre todo en los bailes a la patrona.
Esta fiesta es símbolo y fruto de un trabajo compartido. Varias son las
personas que silenciosamente se han dedicado antes y después de las
fiestas a cuidar del parque, para que esté durante estos días precioso. Otros
han limpiado la ermita, han vestido a la Virgen o han decorado el altar.
Labores desinteresadas que engrandecen esta fiesta, que no es sólo
bailes.
Los mayordomos ponen el capital junto con la ayuda del ayuntamiento y con
la de la gran Cofradía. Es mucho dinero al que se suma las cantidades
voluntarias que aportan las gentes, unas silenciosamente y otras de manera más
pública pero sin salir de la discreción oportuna.
El acompañamiento musical que proporciona el organista junto con
el coro de hombres que cantan la bonita Misa de la Virgen en latín. Los
músicos que tocan fuera. Y en falta las
preciosas homilías del padre José Luis Quintero. Quizá cuidando de su
madre que se está recuperando de una rotura de cadera mientras vestía a la
Virgen de la Misericordia. La ayuda de los Monaguillos, la bendición y buen
hacer de los curas y la gente que les ayuda forman parte de esta cadena.
Cada eslabón hace que todo funcione con armonía.
Gracias a la mediación de la Virgen de la Misericordia.
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