La villa sigue el ritmo marcado por las autoridades, administraciones y expertos
El coronavirus ha cambiado la vida de la muy buena y leal villa de Cantalapiedra. Se puede decir que nuestra localidad es un ejemplo en cuanto al respeto de las normas marcadas. El pueblo ha seguido las indicaciones desde el primer momento y los vecinos siguen el ritmo marcado por las autoridades y las administraciones.
En Cantalapiedra se ha vivido una semana marcada por el impacto, el miedo infundido y otra serie de sensaciones difíciles de describir pero que han dejado una huella imborrable en cada una de las personas. Desde el primer momento, el nivel de conciencia de los habitantes de la buena villa ha sido profundamente precavido y realista.
El viernes pasado, 13 de marzo, en el pueblo había un profundo temor por la llegada de personas de Madrid, que era donde estaba localizado el mayor número de casos de España. Algo más probable, dado que esta ciudad está o estaba conectaba prácticamente directamente con parte del mundo a través de sus medios de transporte y también es la ciudad de la Península Ibérica con mayor número de habitantes.
A partir de ahí, todo fue una sucesión de acontecimientos. Se suspenden eventos y actividades, se decreta el cierre de colegios, institutos y universidades. El baratillo del sábado queda cancelado. Poco a poco se suspenden los bingos y cierran los bares del pueblo. El sábado ya se veían pocas personas por las calles y el estado de precaución era máximo.
El domingo fue un día tremendamente triste porque la vida social de la localidad se había apagado por primera vez. No había forma de establecer relaciones sociales, de hacer comunidad, de reunirse. Algo tan necesario y bueno como el dialogar con el vecino era y sigue siendo un riesgo.
Entre el lunes y el viernes, el pueblo se ha marcado unos ritmos diferentes a los de otras semanas previas. Sólo pueden abrir los comercios de productos indispensables y lo hacen extremando las precauciones. Resulta impactante ver estos días las calles de Cantalapiedra totalmente vacías pero también da una tremenda sensación de tristeza y desazón la imagen de las mañanas en la plaza y calles adyacentes. Muchas tiendas han optado por abrir solo por la mañanas y solo se puede entrar de uno en uno en cada establecimiento, es decir, mientras una persona realiza su compra, el resto espera en la puerta, razón por la que se producen colas, pero de un modo peculiar, porque se guarda una amplia separación entre personas. Muchos vecinos salen a la calle con mascarillas, también los tenderos las llevan. Los talleres mecánicos trabajan a puerta cerrada y sólo atienden llamadas y mensajes.
Todo esto ofrece una frialdad que hiela el estado de ánimo de cualquiera. Si es triste no salir de casa, quizá es peor sentir el impacto que produce la nulificación de nuestra acostumbrada interacción social. Hay miedo y este temor provoca reacciones de rechazo que se perciben y sufren por parte de los individuos.
El respeto a las normas, la precaución y la intención de las gentes de Cantalapiedra está siendo ejemplar. El aislamiento, necesario según expertos, autoridades y dirigentes políticos, se está respetando y en principio el pasado domingo fue marcado durante quince días. Este ejercicio de quedarse en casa es la barrera para frenar la expansión de la pandemia.
Estas medidas han creado un estado de tensión, miedo e impacto en la población que no son necesarios. Es decir, no hay porque tener miedo, ni se debe entrar en estado de depresión, ansiedad o estrés. Hay que hacer lo imposible por evitar que esta situación nos supere a cada uno de nosotros y a las personas que tenemos cerca. Tener precaución y respetar las normas establecidas no tiene porque implicar miedo y negación al derecho de las personas a ser felices. Se puede aprovechar este tiempo para hacer otras tareas pendientes que requieren el acogimiento del hogar. Podemos aprovechar para organizarnos tareas que haremos cuando termine este periodo de aislamiento... Si nos falta el aire podemos abrir la ventana y sacar la cabeza fuera y respirar el ambiente puro que por suerte aún conserva el pueblo.
No hay que dejarse vencer por las sensaciones porque estos quince días de aislamiento, no son más que los que tiene que pasar en casa una persona que sufre una flexión, o en ocasiones para la cura de un catarro o un resfriado. El desasosiego muchas veces es ficticio. Tenemos que crear nuestras propias armas contra las sensaciones negativas, y si lo necesitamos, recurrir a personas de nuestro entorno, o a expertos como los psicólogos, muchos de los cuales han ofrecido gratuitamente sus servicios durante estos días para contribuir a evitar otros males en estos días difíciles.
Mucho ánimo para todos desde Cantalapiedra, disfrutar de vuestros hogares y aprovechar este momentos de dificultad para fortaleceros como personas.