Pocas procesiones han desfilado en un silencio tan emotivo y respetuoso como la de este Viernes Santo, sin canciones, sin sermones, sin palabras, simplemente con la meditación individual de cada uno.
Alrededor de las ocho de la tarde, salía por las puertas grandes de la Iglesia de Santa María del Castillo un desfile procesional encabezado por los ciriales y la cruz, a su lado caminaban dos jóvenes con los clavos de cristo y la corona de espinas sobre una almohada blanca. Numerosas personas iban saliendo del templo, ordenadas en dos filas dobles, como es costumbre en Cantalapiedra. En el centro aparecieron, primero el viejo Calvario dorado a hombros de cuatro personas, posteriormente el Santo Sepulcro con el cuerpo de Cristo y finalmente la Virgen de La Soledad, imagen que da nombre a esta procesión.
La Muy Buena Villa estaba enmudecida por la pérdida de un joven de 23 años esa misma jornada, el respeto era absoluto y el dolor de la localidad podía respirarse. Cantalapiedra es una localidad devota a Jesucristo y la Virgen y viendo aquellas imágenes de Cristo crucificado y la madre a sus pies, junto a San Juan sufriendo su perdida, podría imaginarse el dolor indescriptible que significa la pérdida de un ser querido. Este sufrimiento destacado en el caso de María, que caminaba sola, la última, con su manto negro de luto y su rostro enjugado de lágrimas.