La mañana del Viernes Santo en la procesión que se llevan los Santos hasta la ermita de Nuestra Señora de la Misericordia, se reza el Vía Crucis. Los fieles devotos de Cantalapiedra portaron con esfuerzo a las dos tallas de Jesús el Nazareno y la de la Dolorosa. Lo hicieron con el amor propio de un pueblo a sus tradiciones y su fe, porque a pesar de que parecía que no iba a haber suficientes personas para cogerlos. Hombres y mujeres de todas las edades y condiciones pusieron su hombro para hacer posible que las tallas que representan a María y Jesús en el más intenso sufrimiento de la pasión, llegaran a su casita, el lugar más querido de la Buena Villa, la ermita de Nuestra Señora de la Misericordia. El camino desde la plaza de Ramón Laporta y hasta la ermita, ascendiendo cuesta arriba por la calle de Nuestra Señora de la Misericordia fue duro par quienes portaban las tallas por el esfuerzo requerido, y sufrido para quienes lo acompañaban con su observación y voluntad de apoyar con sus rezos. Este desfile procesional también fue ordenado por la atención de un sacerdote que se preocupaba porque los pasos más pesados no quedaran atrás y la comitiva no quedara dividida en varios bandos.
Una vez que las tallas descansaban en el interior del templo, comenzó un emotivo Vía Crucis que recorrió las cruces del parque de la ermita. Las gentes allí congregadas participaron con ánimo en un Vía Crucis que recuperó las estaciones cantadas, como ya se venía haciendo años atrás. Un crucifijo de grandes dimensiones iba siendo colocado frente a cada cruz, una persona leía la estación correspondiente y el sacerdote hacía el comentario oportuno a dicha estación, adaptándolo al momento actual.